El
legendario Concorde creó una línea todavía no superada para unir
París y Nueva York con unos vuelos que reducían el tiempo de los
mismos a la mitad y elevaban la altura del nivel de vuelo al doble.
Aquella
novedad
apenas se mantuvo 25 años en el cielo y en el 2003 se clausuró la
línea que unía el Charles de Gaulle con el JFK. Ahora nos ha
llegado a la sala de exposiciones de La Salina una muestra que firma
Belén Cobaleda García-Bernalt, una joven pintora con
apellidos ganaderos y musicales, que cuelga una serie de obras con
inspiración en los paisajes urbanos de Madrid y Nueva York. No ha
rehuido los tamaños de formato más que notable y en todas sus obras
sobrevuela una atmósfera de evocadora nostalgia. Al paisaje urbano
le pasa lo mismo que al retrato, no admite trucos. De ahí su
dificultad. Paisajes tradicionales,
bodegones,
marinas, escenas narrativas o históricas, son susceptibles del
adorno o de actitudes escapistas, en las que el pintor se alivia
jugando con gamas cromáticas o compositivas. El paisaje urbano,
cuando se afronta, como en este caso, con el rigor que preside estas
obras, se convierte en un culto a la perspectiva
y
al juego y recreo de los volúmenes que adquieren un particular y
sutil ambiente. El gigantismo de alguno de los edificios del paisaje
en ocasiones se minimiza hasta convertirse en una delicadeza que
apenas se vislumbra en la neblina del horizonte.
El
tono monocromo y uniforme que preside la exposición,la atmósfera
íntima que crea a veces, estalla cuando unas gotas de color se
transforman en una llamarada, en un grito colgado en la pared que no
deja indiferente al espectador. Hay mucha fuerza en esas calles que
parecen estrellarse contra el muro de los rascacielos y un
contrapunto de ternura en esos extrarradios o alrededores urbícolas
en los que se rompe la línea del horizonte con la silueta de unas
torres a las que la distancia ha suavizado su desproporcionado
gigantismo. Estamos ante una pintura seductora, que te va ganando
conforme avanzas por el recorrido de la exposición y que te acaba
haciendo jugar en su campo y con sus reglas. Hace falta mucha
seguridad y una total convicción para mantener la misma línea
creativa, sin salirse para nada del guión, y adentrarte
paulatinamente en un camino que acaba llevándote al mundo de las
cosas
bien
concebidas y perfectamente rematadas.
Madrid
y Nueva York, aunque estos dos temas hayan podido ser tan sólo un
pretexto, se encuentran ahora bastante más cerca, como consecuencia
del trato que les ha dado Belén Cobaleda. A pesar de la
distancia y de las diferencias de estas dos ciudades, todo queda
igualado cuando la artista traslada al lienzo rincones o espacios
emblemáticos. Una técnica depurada y
unos
trazos tan sueltos que amenazan con escaparse del cuadro, hacen el
milagro de fundir en una misma sensación dos ambientes totalmente
diferentes. Todo parece captado con una misma intención y todo ha
sido dispuesto para que el espectador acerque su ojo critico o bata
palmas si le produce la satisfacción
que
a mí me produjo.
O
p i n i ó n Por
CHEMA SÁNCHEZ
Belén
Cobaleda: Madrid-Nueva York
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